“La confianza en mí misma, que no me resulta espontánea, me permite encontrarme con lo que yo soy por dentro, y ahí, con mis convicciones, experiencias, sentido común. Desde este lugar, puedo trabajar con mayor fecundidad, estoy en un lugar lleno de vida, donde hay algo que aportar”.
Alrededor de un año después de comenzar mi camino en PRH descubrí dos claves que me cambiaron mi forma de vivir las pequeñas, o a veces no tan pequeñas, tareas que se me presentan en la vida: la confianza en mí misma, ubicarme en un lugar de confianza en lo que soy y, desde esa confianza como base, ponerme a trabajar paso a paso, intentar “hacerlo bien”, concentrarme en la tarea.
Esto me ha permitido empezar a creer y sentir que tengo algo que aportar. La confianza en mí misma, que no me resulta espontánea, me permite encontrarme con lo que yo soy por dentro, y ahí, con mis convicciones, experiencias, sentido común. Desde este lugar, puedo trabajar con mayor fecundidad, estoy en un lugar lleno de vida, donde hay algo que aportar. Es decir, trabajo desde dentro, desde mi ser.
Antes, yo vivía las tareas o desafíos con mucha inseguridad sobre mi capacidad para responder a ellos, incluso sabiendo que tengo inteligencia de sobra para ello. Tenía la sensación de algo gris en el horizonte, que me enturbiaba el tiempo hasta que pasaba o terminaba con esa tarea, algo realmente molesto. No disfrutaba porque no podía acoger en mí la confianza que me daban los demás.
Con esta nueva manera de preparar y responder a las tareas de trabajo o pastorales, fui encontrando algo que me hacía sentir muy bien; creo que era mi ser. Pude empezar a disfrutar de la preparación y realización de lo que hacía, con mucha menos tensión interior, como me manifestaba mi propio cuerpo. Empecé a sentirme más sólida con cada experiencia. Más adelante, descubrí otra clave fundamental: ajustar bien mis expectativas a lo que soy y vivirme tranquila con eso.
Con ocasión de una sesión de formación a un grupo de personas importantes, me di cuenta, por medio del análisis, de que las expectativas de hacerlo súper bien no eran de los demás, sino mías en primer lugar. Puedo describir bien lo que sentí al corregir en mí esas expectativas y cambiarlas por algo más ajustado: fue como si algo bajara hasta mi propio contorno y se quedara bien apegado a mí; desapareció la ansiedad excesiva y, al no exigirme tanto, pude sentir la alegría de ser yo misma, de tener derecho a ser solo yo. Por supuesto, para ello necesité cambiar la exigencia por la confianza, y creo que necesitaré hacerlo siempre.
Todos estos aprendizajes están ya muy interiorizados en mí, aunque siempre hay desafíos inesperados o diferentes que me obligan a retomar este movimiento, gracias al cual puedo disfrutar de todo lo que hago, sentir que crezco con cada desafío y que, cada vez, puedo aportar más.
Otro efecto de este cambio es que asumo con naturalidad y sin susto ni presión que me pidan opinión, consejo y ayuda y, también, yo me ofrezco en lo que siento que puedo hacer un aporte.
Realmente este proceso ha transformado mi vida cotidiana. Hoy día, deseo y vivo con responsabilidad cada tarea que realizo y que siento que tiene que ver con lo que yo puedo entregar. Creo que solamente yo puedo percibir la hondura del cambio realizado en mí y la consecuencia que ello tiene para mi vida.
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